viernes, 12 de junio de 2009

Integridad a golpes


La violencia no es alternativa. Es falta de ella. Es falta de un proceso psicológico llevado a cabo en toda su integridad. Es falta de la capacidad de disernir entre lo bueno y lo malo. Es la falta de todo ánimo de velar por el bien común, de dominar la situación y admitir la pérdida del control. Es la falta de toda instancia para llevar a cabo un plan donde se vele por la ganancia de todos y cada uno de los participantes del conflicto. Y no es la típica pelea, con combos y patadas la que necesariamente se puede llamar violencia. Es subliminal -como muchas cosas hoy en día-, es por debajo de nuestra voluntad. Es una reacción que se transforma en esa liberación maldita que cada ser humano debe tener, esa liberación mal guiada en casi todos los casos. Ese instinto del compañerísmo, desviado y pervertido, transformado en el odio y el repudio al otro, por pensamiento, palabra u omisión. Es esa respuesta que hace que un ser humano, como el animal que es, reaccione con más violencia, priviliegiando su integridad física, social, económica, esa defensa del orgullo, de esa competitividad que no genera más que malos ratos para el ser vivo, esa respuesta errónea, sabiéndose uno en el error, siguiendo el instinto de preservación del individuo, quien también acaba de perder toda noción de bien común. ¿Dónde ha quedado la conciencia?
Alguna vez -como todo ser vivo- fuimos guiados por esa figura paterna y mayor, que nos decía lo que estaba bueno y lo que no, adecuandonos a ese pensamiento occidental de la moral y las buenas costumbres, de acuerdo a como ellos lo entendían y cómo se los habían enseñado. Uno lo acepta todo. Cree en la verdad de la gente, en la conciencia, se entrega a ojos cerrados a la circularidad del sistema social, convencido de la más alta conciencia social y el velo por el bien común y la paz mundial. A medida que crece, se da cuenta de que no era así. Comienza a ver en colores la realidad, criticándo y ya dejando de hacer esas preguntas inocentes. Aprende nuevamente a caminar, pero ahora en su mente, vagando entre pensamiento y pensamiento. Lo analiza todo. Es lo normal. Pero pasa que nadie te guía hasta dónde puedes vagar en tu inconciente sin naufragar en él. Y vé lo primero que salta a la vista en cualquier grupo humano, esa cosa que aparece espontánea y que torna a las personas en animales, declarando una clara línea entre quien manda y quien no, al menos para los ojos del nuevo individuo creciendo y formandose como la persona supuestamente íntegra que los demás ven. La violencia. Golpes van y vienen. El orgullo sube y crece, con sus crestas y valles, con sus déficit, y sus pros, y sus contras, y sus medias aritméticas. Y está en todos lados, en todo sentido. En la velocidad de las propagandas, de los engranajes de la máquina. En la frialdad de las palabras de mil y un artículos que no entiende nadie. En la "música in-instruída" que escuchas a todo volúmen sin límite de decibeles. En el "vive en grupo y muere solo" que nadie te explica y de pronto aprendes. Y das el puñetazo. Contra el brazo de alguien, su rostro, alguna pared, las almohadas, los sillones. Insultarás a alguien en su cara, con o sin motivo aparente, a sobremanera o en su espalda, guardando odio y rencor, guardántelo o liberándolo, errónea e inoportunamente. O quizás pateas. Destruyes algún cuaderno, probablemente, o una mesa, burguésmente adornada. Bien hecho. Eres un ser humano común y corriente desde ahora. Irás a una que otra fiesta. Porbarás el alcohol. Te llenarás la boca con palabras. Y la cabeza con ideas locas. Escucharás ese martilleo subliminal del rompecabezas deshaciéndose, al ver que ha fracasado, intentándo reponerse y cerrándonos los párpados. No hay lugar a supersticiones. Ése es el muro en tu cabeza. Es la escoria intelectual. Es el fin del intelecto. Merece un funeral.
Pero qué hacer, si es infravoluntario. Pensarlo dos veces. Hay que ser discreto en la vida, en cuanto a las acciones, pensarlas. Esa es la diferencia de nosotros con los animales, a ojos de los científicos -tambien humanos, recordemos-, supuestamente objetiva, que nosotros tenemos funciones psicológicas superiores. Esa rabia pasará. Y sí, el corazón te picará, empuñarás tus manos, enterrarás las uñas en tus palmas, tus dientes en tus labios, tu garganta rugirá, el fuego, el fuego oscuro y al parecer eterno... Son momentáneos. El dolor es una ilusión. Todo pasa. Y a diferencia de explotar, no te arrepentirás en el futuro.
Paz!

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