domingo, 9 de agosto de 2009

La "lata"


El ser humano, desde sus orígenes, ha desarrollado el arte y la ciencia. Obras maravillosas en la pintura y la música, desde las pinturas rupestres hasta las pinturas surrealistas de Dalí, desde la música aborígen hasta las sinfonías de Beethoven. Y los descubrimientos no son ajenos. El fuego se convirtió en el elemento básico de las civilizaciones. Y los medicamentos vencieron a las constantes plagas que diezmaban a las grandes ciudades. Personajes destacados en todas éstas áreas, importantes filósofos y científicos, artístas de toda clase y personajes trascendentes en la historia de la humanidad han estado presentes a lo largo de la historia. Pero, ¿no es acaso una cantidad de gente muy pequeña en relación a la población total? Es decir, somos miles de millones de seres humanos, y tan solo un grupo de cientos que podríamos recordar en este instante. Si consideramos que todos somos iguales en cuanto a condiciones intelectuales, todos podemos aprender y crear, entonces, ¿por qué son tan pocos los que lo hacen?
Esto se podría ver claramente ver en por qué vemos a estos creadores y científicos, políticos y personajes varios como lejanos. Lejanísimos. No nos consideramos posibles de seguirles sus pasos. Y lo único que esperamos es verlos algún día fotografiados en un libro, nada más. Los consideramos casi de otra galaxia y nos autoproclamamos incompetentes en su área.
Pero por qué, si somos todos iguales y tenemos las mismas condiciones. No existe una diferencia entre esos seres humanos y nosotros.
En el guión de la película "Despertándo la vida" del cineasta Richard Linklater, postula lo siguiente: "En realidad, la diferencia entre Platón o Nietzsche, y el humano promedio, es mayor que la diferencia entre el chimpancé y el humano promedio. El reino del verdadero espíritu, el verdadero artísta, el santo, el filósofo, son raramente alcanzadas". Después propone la siguiente pregunta: "¿cuál es la característica humana más universal; miedo o flojera?". Es el miedo al rechazo que muchas veces nos hace retractarnos de decir lo que pensamos, de elegir lo que nos gusta, de hacer lo que en verdad queremos, ese miedo de que los demás se burlarán de nosotros, de que nos trataran mal y nos tildarán de "raros", lo que muchas veces nos impulsa a tomar malas decisiones. Pero no hay excusas a que nos da flojera desarrollar ese máximo intelectual que tenemos dentro de nosotros. Nos da flojera estudiar, nos da flojera escribir, pintar o investigar de algo, aprender o hacer algún deporte. Nos da "lata".
En la vida, tienes que entrar, desde pequeño, a un colegio que no te gusta ni te gustará tampoco, a menos que hagas un esfuerzo para encontrarle algo bueno. Te invaden con conocimiento de una forma horrenda, donde odias cada vez que escuchas palabras como "tareas" o "proyectos", y crees que te hablan en japonés cuando te mencionan "pluscuamperfecto" o "cuadrado de binomio". Te acostumbras a pasar casi 12 horas en un establecimiento en edades donde la creación comienza recién a aflorar en cada persona. Esa edad en que los buenos y los malos sentimientos están a flor de piel. Y se impulsa a no sentirlos, a no escribirlos, a no hacer algo bueno y distinto por ellos. Un error fatal que asesina toda ilusion creadora y descubridora para el futuro.
Es entendible que, tras una jornada abrumadora dentro de un sistema que no nos gusta, lleguemos a nuestros hogares, a lo más, a prepararnos algo para comer y cambiarnos de ropa para dormir. Y si el cuento se repite una tras otra y tras otra vez, logra un ser humano flojo y con ganas de nada. Eso abre puertas a más preguntas. ¿Por qué entonces hablamos de que queremos un cambio, si muchas veces nos da esa misma "lata" de querer hacerlo? ¿Estamos esperando que alguien lo haga por nosotros, ya que nosotros dentro de esta sociedad que nos impulsa a "no pensar", somos incapaces de hacer algo nuevo?
¿Qué hacer? ¡Hacerle soberanía a la razón, al pensamiento y a la creación, maldita sea, que nos urge sobretodo ahora!