lunes, 1 de junio de 2009

Desde la estepa...


Nunca me conideré igual. Siempre estuvo en mí ese apartamiento de los demás. "Yo y ellos", asi designaba a la humanidad, a la cual, sin embargo, me consideraba totalmente incluído. Prefería siempre quedarme en un rincón, callado, silenciado, observando, aprendiendo, contemplando, pensando profundamente en cosas sin fundamento ni razón de existir; en la "inmortalidad del cangrejo". Creo que el trabajo del ser humano es precisamente ese. Pensar. Tomarse aunque sea un tiempo para hacer lo que yo veo como un túnel sin salida. Pensar. Ese trabajo intelectual que los libra a todos. Eso que todos dan por sobreentendido, pero nadie lo ve como una alternativa real y eficiente frente a casi todos los problemas de la vida. Eso que no existe en esta dimensión y que se da en algún lugar de nuestro cuerpo, posiblemente el cerebro. Esa es la función primordial que hacemos que nos separa de los animales. De esas bestias instintivas, sin sentido, irracionales. Pero si de ahí venimos, ¿no habremos acaso, heredado una parte de ese instintivísmo, ese sin-sentido, ese irracionalísmo? La respuesta es clara. Y aunque nos consideremos fuera de ellos, es precisamente en ese bestialismo en el cual estamos sumidos como nunca antes hemos estado.

Como dije anteriormente, me considero, por ende, tambien sumido en estas desfavorables características en las que estamos empantanados, viendo lo que todos ven, sintiendo lo que todos sienten, viviendo lo que todos viven. Existiendo en esta dimensión, a modo de cualquier otro organismo dotado de esa inteligencia funcional y especial que todo el grupo humano posee. Entonces ¿por qué considerarme diferente? No hay motivos, aparentemente, que me liberen de la inclusión de esta dichosa -o desdichada- especie, mortal y condenada a caminar sobre la Tierra, en medio de un Universo del que no entiende como funciona nada, ni siquiera los átomos. Es esa curiosidad por definirlo todo, por analizarlo todo, en la que me encuentro atrapado, por describirlo, por plasmarlo en algo capaz de hacerselo entender a alguien, escribirlo en un cuento, hacerlo como canción, vomitar esas ideas locas que les parecen completamente ajenas a todos los demás. Y sé perfectamente que esto es imposible, que son codificaciones incompatibles, que estas cosas no se pueden demostrar más que con actos o manifestaciones de la misma naturaleza, no a través de palabras o melodías, no a través de esos actos retóricos de los cuales muchos han tenido la oportunidad de escucharme. No. Va más allá. A ese nivel humano, ese nivel, ese nivel que todos ven como normal, esa dimensión extra-mortal que los contiene a todos, ese subconciente e inconciente colectivos, que todos manifiestan, que todos forman parte de él. Es a éstas características a las cuales me considero ajeno, que me parecen inauditas, extrañas, dignas de analizar en vez de vivir, de contemplar en vez de formar parte.

Y ese es mi túnel sin salida. Mi ventana al mundo, que restringe mis ojos. Que me impide vivir tranquilamente. Y no le hago a nadie sospechar nada. Tal como un animal de granja. No parezco sospechoso de un plan perverso, o de la cura a una enfermedad, o del descubrimiento de algo. Esperándo a que algo o alguien me dé un uso. Una forma de enfocar mi nube de ideas, una densa niebla que me impide ver. Emprender el vuelo... Tal como un gallo volador, sobrevolando la estepa, la densa niebla, en otra dimension, ajena a la que todos viven, pero paralela y congruente.
Tal como un gallo volador.

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